PREMIO IX BIENAL NACIONAL DE NOVELA JOSÉ EUSTASIO RIVERA

TROUBLE

1

El problema fundamental de papá, luego de su reclusión en la cárcel, consistió en que las llagas nunca abandonaron su piel. Extrañamente los libros ocuparon un sitio en el anaquel de la sala, mientras papá permanecía horas enteras frente al agua espesa de los espejos.
Al piquero lo siguieron en su orden un cuervo, una corneja, una chova y una grajilla. Nunca más pájaro alguno tuvo que ver con los veintisiete espejos de la casa, razón por la cual mi padre se obstinó aún más en sus observaciones nocturnas, esperando con esto la contemplación de un grillo, un escarabajo u otro tipo de bicho fundiéndose en los aceites humeantes de los cristales.
Recuerdo como si fuera ayer, el mismo ayer que puede tener en sí la perennidad de lo holista, el momento en que mi padre extrajo de la mesa de noche el revólver. La mirada en el vacío, el verde de sus ojos herido por la luz mortecina del vidrio, el puño en el arma, las piernas tensas sobre el pavimento, la mecedora en un vaivén irrefrenable -como si rebotara sobre las líneas de Dios-.
Papá apuntó al espejo. La bala penetró en el cristal, se perdió en el vacío de lo “aparente”. Los veintiséis espejos, adheridos en simetrías ocultas, se volvieron añicos como si hubiesen sido penetrados por igual número de perdigones. Papá desapareció en el acto, se esfumó en el acto, se fundió, como el piquero de patas azules, en la chispa cuadrada que emanaba del vidrio.
Nunca más volvimos a saber de él.

2

Trouble asciende de manera rigurosa por las paredes de la morgue.
Según mis cálculos matemáticos, siempre sesgados por mi inopia en lo “numérico”, han pasado aproximadamente siete horas desde que Cold hizo implosión, ¿siete horas?
He tratado de seguir la línea de la música, ir hasta ese lugar de lo estacional donde todo se detiene; donde no hay continuidad ni propagación.
Un nuevo caos se abre para mí y veo a la muchacha de la morgue surgir de un canto extraterreno, un concierto carente de instrumentos y resortes auditivos, proveniente de un lenguaje imperceptible y mudo. Veo a NN en medio de una multitud de espectros. NN lleva una manzana entre sus manos, una fruta que calmará el afán de lo ostensible; el ansia de un líquido que supla la sed de lo aparentemente muerto.

3

Bogotá
Agencia S

Tutelan investigación a Casa bomba en Neiva.

El proceso para ratificar responsabilidades en el atentado terrorista de Villa M. podría quedar en el aire, perderse en el vacío por supuestas anomalías de fondo.
El Tribunal Superior decretó tutelar los derechos fundamentales al debido proceso que el Juzgado Segundo Penal quebrantó a S. Ospina, I. Jaramillo y E. Pérez al no responder a un control de legalidad que invocaron los sindicados por el ataque terrorista perpetrado el 14 de febrero en Villa M. contra la disposición de aseguramiento de detención provisoria sin beneficio de excarcelación que en contra de ellos profirió la Fiscalía.

4

Tras la desaparición “misteriosa” de papá la relación con mi mujer tendió a mejorar. Si bien es cierto que nuestras relaciones sexuales eran irrisorias, debo reconocer que hallé de nuevo en las curvaturas de sus pies la belleza que creí perdida para siempre.
Sé que las visitas del desconocido se intensificaron en las horas de trabajo; pese a que en repetidas ocasiones abandonaba el hospital antes de tiempo, procuraba no llegar a deshoras a casa, pues nunca quise constituirme en un estorbo para ella y para él, razón más que poderosa para deambular por los centros comerciales Metropolitano y Santa Ana, o por El Pigoanza y La Gaitana, teatros de la ciudad de Neiva, entre los que me confundía apreciando la curva vertiginosa de cientos de tobillos y plantas.
Alguna vez contemplé al desconocido cara a cara. Era sin duda él. Eran los X’ s o una extraña fusión de ellos. El individuo fingió no reconocerme, a lo cual yo hice caso omiso y regresé a casa con el convencimiento absoluto de que mi mujer tenía citas secretas con muertos.
“Pareces uno de esos”, retumban las palabras en mi cerebro como si acabasen de ser proferidas, mientras intuyo a mi esposa en brazos de X, con las mismas certidumbres pasionales que pueden despertarse en una mujer como la instructora de matemáticas.
En cuanto a E., todavía retozamos nuestras carnes los martes y jueves, días en que el marido va a jugar dominó o cartas en las instalaciones de El Manolo o el Café Real. A veces lo veo en La Alhambra jugando billar; casi sé su horario, con lujo de detalles presiento su itinerario, sé que después bebe tinto frenéticamente y regresa a donde E. a eso de las ocho de la noche, cuando ella y yo hacemos el amor hasta las siete y cuarenta y cinco.
Cierto día, al regresar a Casa, no encontré a mi esposa. Supuse que estaba en el cine con el desconocido. Esperé hasta las nueve, pero nunca llegó. Luego descubrí que se había llevado su ropa, había empacado sus cosméticos y sus utensilios de aseo en un pequeño neceser. Mi mujer se había marchado con aquel hombre que yo creí haber asesinado en dos oportunidades y que ahora se me configuraba por tercera vez en el cuerpo de quien yo imaginaba era X.

5

Después de la partida de mi esposa hacia lo subrepticio mis únicas obligaciones consistían en cuidar muertos y en hacerle el amor a E. dos veces por semana. Total, mis horas en la morgue se incrementaron considerablemente, por lo que tuve más contacto con los cadáveres y más proximidad con sus historias y motivos de permanencia en el lugar.
Mamá murió tres años después de la desaparición de papá, motivo más que suficiente para dedicarle todo el tiempo del mundo al trabajo en el depósito de cadáveres.
La morgue era un oasis en medio del desierto que me significaba Neiva. Allí estaban mis amigos, la tranquilidad absoluta del frío, el olor alucinante del formol, los pies diminutos de NN, la música de Coldplay.
Mis estudios superiores me habían sacado a empellones de la academia -no hay nada más paradójico que la facultad, decía Papá-, pues contrario a la formación que uno necesita o desea, la preparación universitaria oscila entre lo disímil y lo adverso: o te vuelves monja de caridad o te haces cura de pueblo; es imposible el debate, la diferencia o la reflexión subjetiva con maquinaciones objetivas o cosmológicas; por lo que no había ninguna necesidad de regresar a la calle o al ambiente intramuros del programa que torpemente había escogido como posibilidad de vida.

6

La memoria, lo único que determina nuestra racionalidad e inteligencia, se extiende como una masa compacta sobre las paredes holistas de mi cerebro. ¿Dónde cabrá tanto recuerdo? –pienso-, en tanto compruebo que eso de la memoria, como las ideas mismas, es el daimon universal que nos conecta con Dios.
Entonces entiendo que el recuerdo es lo que me hace, el único fin (¿Qué fin?) que determina mi existencia. “Recuerdo, luego existo”, esa debe ser la sentencia, pues no creo que coexista por pensar sino por recapitularme en el tiempo y en la atmósfera de un presente que se vuelve perenne como la muerte. El tiempo es uno solo –me repito-, no es posible concebirlo desde un punto de vista, desde una dirección abstrusa. El tiempo es por la memoria, por el soto de ideas ya “pasadas” que se edifica sobre el campus de una masa gris. Aunque esto de la masa gris no se confina únicamente a lo que de mí emana, sino a una masa universal, a la dichosa memoria colectiva o ecuménica que fluctúa por el éter. “Existo, luego pienso”, dicen ahora algunos desinformados que quieren ostentar de filósofos posmodernos. ¿Y lo que no piensa? ¿Lo que carece de razón o voluntad cognitiva? (No quiero negar con esto la racionalidad de los minerales, ni el sexo de los cristales o las terracotas antiguas). Cuán equivocados están los que exponen eso; todo ES por el recuerdo, todo se debe, se restablece, se configura en la masa esotérica de un numen sideral.
E. se debe a ese numen, E. se restablece ahora por culpa de esa pila sensitiva que descarga tantas emociones en lo que yo percibo del ahora. Por lo tanto, viene sobre mí o sobre lo que forjo de mí, un fantasma, un espectro, una sábana cromática que comienza a configurarse sobre este plano concreto. E. y yo estamos sobre su lecho. Los pies de E., desprovistos de cualquier edad o noción de tiempo-espacio están entre mis manos. Beso los pies de ella, sus tobillos, la curvatura de sus plantas, el empeine. La erección es inevitable –sufro de priapismo, digo-; siempre que los beso la rigidez del sexo es incontenible, irrefrenable. En eso, los ojos de E. se desorbitan, salen de sus cuencas. E. sufre un preinfarto, se doblega, se desmorona sobre mis brazos. El orgasmo es ingobernable ahora. Cuando E. está al borde de la muerte, cuando sus arrojos tocan la otra orilla, cuando se aproximan al río del olvido, el orgasmo –el mío- es indescriptible como la misma sensación de tocar el cielo. Y es así de poderoso no por las descargas emotivas provocadas por el sexo o por la eyaculación de un éxtasis suprahumano, sino por la única e irrepetible escena de amarla cuando está tan próxima al fallecimiento y a la expiración.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

WINSTON MORALES CHAVARRO Neiva-Huila, 1969. Comunicador Social y Periodista. Magíster en Estudios de la Cultura, mención Literatura Hispanoamericana, Universidad Andina Simón Bolívar, Quito. En la parte literaria ha ganado los concursos de Poesía Organización Casa de Poesía 1996; José Eustasio Rivera 1997 y 1999; Concursos Departamentales del Ministerio de Cultura 1998; Concurso Nacional de Poesía “Euclides Jaramillo Arango”, Universidad del Quindío, 2000; Segundo premio Concurso Nacional de Poesía “Ciudad de Chiquinquirá” en el 2000; Concurso Nacional de Poesía Universidad de Antioquia, en el 2001; Tercer Lugar en el Concurso Internacional Literario de Outono, de Brasil. Primer y único Premio en la IX Bienal Nacional de Novela José Eustasio Rivera. Primer Puesto en el Premio Nacional de Poesía Universidad Tecnológica de Bolívar, Cartagena, 2005. Ganador de una residencia artística del Grupo de los tres del Ministerio de Cultura, Colombia, y el Foncas, de México, con su proyecto: Paralelos de lo invisible: Chichén Itza-San Agustín. Finalista en varios concursos de poesía y cuento en Colombia, España y México. Fue Director editorial-fundador del Periódico Neiva y es co-director de la revista Índice de Literatura, miembro del Consejo editorial de la revista de literatura Puesto de Combate-Bogotá, director de la Revista Hojas Sueltas-Neiva, Corresponsal de la revista de literatura Alhucema-España Ha publicado los libros de poemas Aniquirona-Trilce Editores 1998; La Lluvia y el ángel (Coautoría)-Trilce Editores 1999; De Regreso a Schuaima, Ediciones Dauro, Granada-España 2001; Memorias de Alexander de Brucco, Editorial Universidad de Antioquia-2002; Summa poética, Altazor Editores, 2005, y la novela Dios puso una sonrisa sobre su rostro. Poemas suyos han aparecido en revistas y periódicos de Colombia, España, Venezuela, Italia, Estados Unidos, Argentina, Puerto Rico y México. Ha participado en el Primer Festival de Cultura Colombiana en Milán-Italia, celebrado en Octubre de 2000; en la V Feria Binacional del Libro en San Cristóbal-Venezuela en el 2002; en el Encuentro Internacional de Escritores en el Caribe, Playa del Carmen-México, 2002 y 2004, Encuentro Internacional de Escritores en Zamora-México, 2005, y en los Festivales Internacionales de Poesía de Medellín, Manizales y Pereira. Invitado al Festival de Poesía “Alzados en Almas” de la Casa de Poesía Silva en el 2001, al Encuentro Internacional de Escritores de Lima-Perú, 2005, y al Encuentro Nacional de Escritores, Ibagué en Flor, 2006. En la actualidad se desempeña como profesor de tiempo completo en la Universidad de Cartagena, Bolívar, Colombia.