PREMIO IX BIENAL NACIONAL DE NOVELA JOSÉ EUSTASIO RIVERA

CLOCKS

1

Uno es solamente sus recuerdos o lo que cree de ellos.
Mi primera noción de muerte se establece el día en que aparentemente se vino la Represa de Betania; es una noción que descansa sobre lo físico, sólo sobre lo físico.
Estaba sobre mi cama campeando en los caminos de la villanía amorosa; esa noche me había hecho novio de L. González, una muchacha del colegio con quien conservaba lazos de amistad y preferencias erosianas desde los doce. L. González y yo habíamos estado en Schuaima, una ciudad ubicada dentro de otra ciudad.
Luego de recibir el sí y de escuchar un juramento que sólo se vencería en el momento exacto de la expiración, se vino la represa sobre Neiva. Cosa curiosa -me dije entre el sueño de un objeto orbicular-, hoy se fusionan el génesis y la hecatombe de San Juan. Supe lo que era la muerte física. Y lo supe no porque hubiese fallecido, sino por la infinita dulzura que simbolizaba el perder cuando justamente se ganaba.
Aguardé al río grande de La Magdalena durante toda la noche. Todo había sido una engañosa noticia y el barullo gozoso de unos borrachos. No obstante, en mi memoria centellean, igual que enormes flash de cinematógrafos, la efigie de mujeres desnudas, hombres en pijamas etéreas, ancianas con cabezales sobre sus brazos.
¡Qué deleite tanto pánico! ¡Cuánto disfrute aquella noche!

2

Los colores del universo vienen sobre mí. Todos ellos se juntan en una masa compacta que pasa ligera entre mis dedos mientras veo los pies de NN y escucho Clocks, de Coldplay.
Los colores toman formas humanas. Ojos de diversos matices se fusionan con el cuerpo selvático de la morgue. NN contiene el espíritu de la luz. Ninguna medicina se le compara, ninguna experiencia es equiparable a esa de sumirse en la voluntad de un séquito de correspondencias absolutas.
En la morgue no tengo voluntad. Yazgo en las manos de una mujer desconocida, en las manos de una muchacha que ahora intuyo y cuyo rostro no me pertenece, pese a haberlo demarcado en repetidas ocasiones.
Coldplay hace su parte y NN se incorpora arrastrada por la música que reverdece sobre el suelo estéril y tórrido de Neiva.
Un hombre toca su guitarra. De la boca emergen pájaros de fuego y la música del instrumento parece ser el imán que convoca ánimas y vigores metafísicos. Cientos de colas de pavos reales pasan por mis ojos, mientras la música de las esferas gravita a mi alrededor. Los olores y los colores toman forma de mujer, por lo que siento una seducción desmesurada hacia lo incomprendido y lo aparente.
NN emerge del sol; ese sol es una especie de éxtasis alquímico, de furor teosófico, de resplandor ecuménico. En su cuerpo veo el rostro de todas las edades; es como si la niña de Villa M. estuviese en ella, como si E. estuviese en ella, como si su cuerpo fuera la fisonomía de la instructora de matemáticas, de mi mujer, de la juez y las tres mil trescientas treinta y tres habitaciones con su igual número de espejos se retorcieran sobre ella.
NN levanta sus manos al firmamento como en una especie de rogativa, un libro se abre y de él manan los pájaros del cosmos; los piqueros azules, las grajillas, los cuervos, las cornejas y las chovas de papá revolotean por la morgue, en tanto NN y su aureola subrepticia me queman con la incandescencia de un espejo orbicular diseñado finamente en mi juventud.

3

Un ángel posee el corazón de Dios entre sus manos. Lo veo sentado en una mecedora de mimbre, en tanto reflexiono sobre un enorme prisma de cuyo interior fluyen todos los colores del universo. Dios es un color - me digo - Dios es un olor, es el quejido de una cuerda que se rasga por la vibración del tiempo y el espacio de lo sublime. Dios es la muerte - me dice el prisma - Dios está allí, en la orilla supraespecial de la música, en su curvatura sagrada, en la tierra, en el espíritu del bosque, entre las lianas y bejucos del Orinoco, en la reverberación interminable de Mocoa, en el río que se restablece diariamente en la recién extinta zona de distensión.
Dios es un guerrillero, un soldado, Dios usa prendas de paramilitar. Su forma y su textura yacen también en el suelo de Villa M. Dios tiene tres mil trescientas treinta y tres miradas e igual número de corredores. El dolor de Dios es el dolor del comandante, la juez, los otros policías. Dios es olvidadizo, pero no tramposo – diría alguien de quien no guardo el más mínimo recuerdo-.
El ángel se incorpora. Una música que es verbo y no sonido va con él. A la guitarra le brotan cogollos y un enorme bejuco comienza por rodear sus inflexiones y tonalidades. Ojos, decenas de ojos de distintos matices gravitan por el éter de la morgue dibujando en los azulejos relojes de arena, de pulso, de pared, de cuerda, por lo cual el tic-tac del tiempo visual toma la forma de un organismo hecho por el fluir de un río atemporal y perenne.

4

La serpiente del paraíso viene ahora sobre estos lugares. NN es la Eva de los muertos –digo– y mientras pienso en esto, recuerdo a la Eva de la cosmología hebrea. ¿Cómo serían sus tobillos y sus pies? Ineludiblemente bellos, pues ¿cómo no imaginarlos de esta manera cuando es gracias a ella que poseemos el albedrío y la delectación del sufrimiento? Gracias a Eva fuimos desterrados del gozo y de la ignorancia de la placidez absoluta. Gracias a Eva conocemos el envés de la moneda y su máscara. Por ella caminamos por el mundo, nos enfrentamos a la necesidad de los contrarios, al gozo inescrutable de lo antípoda.
La serpiente posee el negro y el rojo que funden al blanco en una sola sustancia. La serpiente –me repite el prisma- nos dio la luz con su “engaño”, la letra primigenia que fluctúa por el éter. Una vez mordido el fruto (¿el peyote?), el velo de la ignorancia cayó sobre sus propias estructuras. Entonces entendimos lo que era el dolor (casi que disfrutamos de él por la mera conciencia de poseerlo), el cansancio, la muerte.

5

NN tiene las manos de Dios. Sobre sus costados se explayen dos alas descomunales que vibran al ritmo de las péndolas. Los relojes juegan a entonar una música post idiomática que es inaudible desde cualquier perspectiva y lógica. La guitarra tiene ahora un corazón en su centro y fuera de él una rosa fulgura como si se tratase de una estrella. NN tiene los ojos abiertos y casi que descubro en ella una tenue levitación sobre los grandes extractores. La morgue está en silencio. El silencio habla a través de los colores y sus distintas tonalidades. Él, como la música, tiene forma y en este caso puede establecerse que sus formas vienen y van sobre la morgue como si se tratase de espectros y ánimas volantes. Dios puso una sonrisa sobre su rostro –me digo-, Dios puso una sonrisa en el rostro de NN

6

La muchacha de la morgue tiene dos rostros, dos esquinas. Su imagen está infinitamente proyectada en los veintisiete espejos de papá y el piquero de patas azules revolotea por su cabello, opacando las incandescencias del sol. La efusión original fluctúa en el cuello de ella.
NN comienza a elevarse y se sitúa en una perspectiva que no me alcanza, una perspectiva en donde todos los muertos alcanzan la altura que necesitan para observar el mundo desde su óptica verdadera.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

WINSTON MORALES CHAVARRO Neiva-Huila, 1969. Comunicador Social y Periodista. Magíster en Estudios de la Cultura, mención Literatura Hispanoamericana, Universidad Andina Simón Bolívar, Quito. En la parte literaria ha ganado los concursos de Poesía Organización Casa de Poesía 1996; José Eustasio Rivera 1997 y 1999; Concursos Departamentales del Ministerio de Cultura 1998; Concurso Nacional de Poesía “Euclides Jaramillo Arango”, Universidad del Quindío, 2000; Segundo premio Concurso Nacional de Poesía “Ciudad de Chiquinquirá” en el 2000; Concurso Nacional de Poesía Universidad de Antioquia, en el 2001; Tercer Lugar en el Concurso Internacional Literario de Outono, de Brasil. Primer y único Premio en la IX Bienal Nacional de Novela José Eustasio Rivera. Primer Puesto en el Premio Nacional de Poesía Universidad Tecnológica de Bolívar, Cartagena, 2005. Ganador de una residencia artística del Grupo de los tres del Ministerio de Cultura, Colombia, y el Foncas, de México, con su proyecto: Paralelos de lo invisible: Chichén Itza-San Agustín. Finalista en varios concursos de poesía y cuento en Colombia, España y México. Fue Director editorial-fundador del Periódico Neiva y es co-director de la revista Índice de Literatura, miembro del Consejo editorial de la revista de literatura Puesto de Combate-Bogotá, director de la Revista Hojas Sueltas-Neiva, Corresponsal de la revista de literatura Alhucema-España Ha publicado los libros de poemas Aniquirona-Trilce Editores 1998; La Lluvia y el ángel (Coautoría)-Trilce Editores 1999; De Regreso a Schuaima, Ediciones Dauro, Granada-España 2001; Memorias de Alexander de Brucco, Editorial Universidad de Antioquia-2002; Summa poética, Altazor Editores, 2005, y la novela Dios puso una sonrisa sobre su rostro. Poemas suyos han aparecido en revistas y periódicos de Colombia, España, Venezuela, Italia, Estados Unidos, Argentina, Puerto Rico y México. Ha participado en el Primer Festival de Cultura Colombiana en Milán-Italia, celebrado en Octubre de 2000; en la V Feria Binacional del Libro en San Cristóbal-Venezuela en el 2002; en el Encuentro Internacional de Escritores en el Caribe, Playa del Carmen-México, 2002 y 2004, Encuentro Internacional de Escritores en Zamora-México, 2005, y en los Festivales Internacionales de Poesía de Medellín, Manizales y Pereira. Invitado al Festival de Poesía “Alzados en Almas” de la Casa de Poesía Silva en el 2001, al Encuentro Internacional de Escritores de Lima-Perú, 2005, y al Encuentro Nacional de Escritores, Ibagué en Flor, 2006. En la actualidad se desempeña como profesor de tiempo completo en la Universidad de Cartagena, Bolívar, Colombia.