PREMIO IX BIENAL NACIONAL DE NOVELA JOSÉ EUSTASIO RIVERA

GOD PUT A SMILE UPON YOUR FACE

1

Los pies de NN tienen la curvatura que siempre había admirado en un pie femenino. No hay nada más bello en el cuerpo de ellas que esa extraña geografía que casi nunca se muestra. Las mujeres por lo general visten grandes escotes que dibujan las efigies de sus senos, o pantalones por debajo de la cintura para delinear sus “curvas féminas” de manera protuberante, lo que ocasiona grandes agitaciones en espectadores y transeúntes. En otras oportunidades usan ciertas faldas que escasamente cubren sus partes más sugestivas, dejando poco lugar para la imaginación y el erotismo. No hay nada más erótico que un pie y esa curvatura de la que les hablo; parece que en ese lugar del universo descansara toda la razón del séptimo día. Es como si Dios hubiese terminado el mundo y luego de ese arduo trabajo enfatizara su gran propuesta creativa en el pie de una muchacha.
Cuando tomaba lugar en una clase, cuando me sentaba en una terraza, cuando iba a un escenario público descansaba mis ojos en los pies de las mujeres. No era sino observar la figura, las líneas, la curva, los dedos e inmediatamente comprendía quién era la mujer que poseía ese tesoro o, por el contrario, qué raro accidente había privado de esa prerrogativa a una “hermosa dama”.
Mientras suena God put a smile upon your face contemplo los pies de la muchacha. Su forma, su línea milagrosa, la fábula de sus plantas, el talón -que en el caso de los perfectos no podrían pertenecer a Aquiles- el empeine, el tobillo son realmente un acto portentoso. Miro los míos y me avergüenzo de ellos. Qué poca finura hay en mis miembros inferiores.
Cuando hacía el amor con alguna mujer, cosa que ocurrió tardíamente, mi única satisfacción era la contemplación de sus talones. Mi incapacidad para diferenciar los sabores o el placer dado por las percepciones físicas me obligaba a concentrar mis energías en ese parte del organismo. Las mujeres se extrañaban enormemente, pero una vez que lograba penetrarlas esa incerteza de mi sexualidad se les iba al piso y en medio de los gimoteos y las bullas escasamente recordaban mi obsesión por sus empeines. No importaba que yo no sintiera nada que fuera capaz de ser definible, el sólo hecho de lograr el éxtasis del vacío mirando unos pies impúberes -¿quién besa unos pies?- era motivo suficiente para un orgasmo simulado, el mismo que quizás muchas de ellas fingieron conmigo.
La música de Cold parece acariciar esa única parte visible de NN. El disco rueda con esa peculiaridad de la que ya he hablado, mientras a mi memoria regresan esas imágenes del amor y la intemperancia.
El ejercicio más usual practicado con mi esposa consistía precisamente en la búsqueda de universos referenciales en el rincón de sus tobillos. Con un lápiz de tinta demarcaba los surcos de sus plantas y auscultaba nerviosamente cualquier línea desdeñada, pues allí podía estar la razón del universo, la respuesta a todas las dudas de la lógica y la cognición. Esto duró mientras ella lo encontró romántico, después todo lo pasional se torna estúpido, sobre todo si nuestra noción de romántico se limita a las concepciones culturales, cosa que es bastante común en nuestro entorno, en donde lo más usado es lo práctico, lo predecible, lo vulgar. Nos quejamos de vivir en la ciudad, pero buscamos los sitios que nos traigan su memoria, nos quejamos de lo homogéneo y nos esforzamos por ser análogos a lo que detestamos. Total, mi mujer y yo sólo coincidíamos en la cama cuando íbamos a dormir. Además, es posible que uno pueda engañar tres veces a una dama, pero engañar a la mujer que convive con uno, he allí la complejidad. ¿De qué manera fingirle un orgasmo? ¿Cómo hacerle entender que sus besos no sabían a nada y que los pechos eran insaboros para mí, mientras yo insistía en besar irrefrenablemente su talón y la curvatura de sus plantas?
“Pareces un tipo de esos”, me repetía cada vez que quería fastidiarme, mientras quitaba con violencia sus extremidades inferiores de mi boca.

2

Las extremidades de X se tocan con las mías cuando jugamos maquinitas en la quinta con octava. Me he hecho amigo suyo con el sólo propósito de acceder a la casa en donde vive la instructora de matemáticas. Jugamos Pac-man, mientras me va confiando ciertos secretos de quien yo asumía era su madre. Supe que era una especie de madrina adoptiva, en donde su única relación era una dependencia de asistencias y favores. Él le acompañaba a colectar el sueldo, la asistía de noche, le hacía ciertas remesas, satisfacía “exigencias” -eso no me lo aclaró muy bien-, y ella estimaba a bien pagarle ciertas prioridades que quizás ninguna otra mujer cubriría: el cigarrillo, los juegos, la salida con mujeres mucho más jóvenes que él.
X era un mantenido. Vivía con la instructora de matemáticas desde que tenía cinco años y recordaba que cuando no había llegado a los diez la señora lo obligaba a dormir desnudo con una mano en medio de sus piernas. Luego, sin encontrar explicación alguna, la mujer se retorcía de manera insólita y X se despertaba sobresaltado, ignorando qué rara circunstancia provocaba semejantes cosas. La casa era grande, demasiado grande para dos personas. X estudiaba en la misma escuela en donde daba clases la maestra y en donde alguna vez diseccioné sapos y renacuajos. Allí la profesora caminaba desnuda, daba vueltas alrededor de un gran árbol de anón y regresaba un tanto extática a la cama en donde la esperaba el muchacho. Allí lo devoraba, palabras de él, y se sumergía en un enigmático delirio que sólo terminaba con una pluralidad de orgasmos y arrobamientos.
Las historias de X me extasiaban. No hay nada más excitante que las imágenes perfectas de un oyente, imágenes que superan con creces los efectos de la realidad, pero, ¿qué es la realidad? ¿Cuál de las dos es la preponderante? ¿La de X o la recreada por mí a través de la imaginación y la perspectiva íntima? La realidad puede ser una especie de recreación colectiva, el desenfreno de un numen mayestático, el eco de una explosión memorística que no termina de diluirse, la vibración de un escrito o un discurso proferido desde la antigüedad, las líneas imprecisas de alguna inteligencia ultraterrena.
Todo eso puede ser la realidad, pero también un vacío lleno de resonancias. Un presente, -¿qué es presente?- lleno de reverberaciones acústicas. Papá decía que la vida es a través del sueño y la realidad es la sombra de lo onírico. Solamente cuando estamos dormidos -decía- poseemos la voluntad y la autonomía de guerreros libertarios, de resto, somos los títeres de algún subrepticio dios de los desvelos, de la supuesta “realidad” del tiempo y un espacio que no nos pertenece sino en la noche, cuando tomamos las alas del complejo absoluto. El sueño, por tanto, alimenta el conjunto de la vida humana y es en él donde la llamada existencia se justifica a raíz de unas dinámicas pretéritas o futuras que conforman el cuerpo de una realidad verdadera o, por lo menos, verificable. Además, la realidad es tan variable como el número de circunstancias o sujetos. Existe, pues, la realidad desde mis ojos, la realidad desde un conjunto de ojos ajenos a los míos, la cotidianidad elevada por cientos de conciencias, ajenas a la mía, el escenario universal de cientos de percepciones intrincadas en las realidades entrecruzadas, mezcladas y diluidas de un ente superior e íntegro.
¿Y el tiempo? El tiempo es una máscara del cosmos. ¿Cuántas veces, por ejemplo, ha sonado la música de Coldplay? ¿Cuántos días, luego del arribo de la muchacha a la morgue? ¿Es un minuto desde que la miro o la sucesión de varias edades? ¿Es ayer, es hoy, es mañana? ¿Con qué certeza se puede decir buenos días, si en realidad no sabemos el contenido de esa palabra ni comprendemos su extensión cósmica en un tiempo que es realmente perdurable y que lo único que de él se agota es la percepción que de él tenemos?
Con papá tenemos la convicción de que el tiempo es uno solo: ni presente, pasado o porvenir (¿ese es su orden real?). El tiempo es una regresión de circunstancias que ya vivimos a partir de la memoria, su cuerpo abstracto es comprendido a través del sueño y la intuición filosófica. Para acabar de redondear, ese cuerpo es tan regresivo como lo es la remembranza misma y nosotros somos la vibración de un evento que hace mucho dejó de emitirse o simplemente el eco y el barullo de una onda sonora que se pierde en el espacio. ¿Cómo decir aquí?, -¿qué es aquí?
¿Cómo decir ahora, allá, encima, debajo? La percepción de edad y tiempo es tan sesgada, que si bien la muchacha aparenta veintidós o veinticuatro puede tener doscientos o tres mil años de preexistencia. De igual manera podemos hablar que es hoy el día en que la observo y me deleito con sus plantas, pero ni ustedes ni yo sabemos si esto ya ocurrió, está ocurriendo o va suceder. ¿No es lo mismo una onda expansiva? ¿Acaso es menos cierto que de cientos de estrellas que percibimos en el cielo muchas de ellas han dejado de relucir y son sólo el reflejo de un recuerdo o una luz cuyo brillo no termina de llegarnos?

3

En casa, además de los tres catres, las tres toallas y los otros objetos sabiamente escogidos, había un número de espejos -veintisiete en total- que permitían a papá raros experimentos en los que yo pocas veces participaba, y no por mi escasa afectividad con lo oculto, sino por mi incapacidad de contemplarme en las aguas sugerentes de los cuadros. La experimentación más común para mi padre era aquella que provocaba el revolotear de los pájaros contra la superficie del cristal. ¿Esa es la realidad del pájaro?, me preguntaba, mientras permanecíamos horas enteras observando lo infructuoso que era para el ave tratar de violentar ese espacio aparentemente sólido del vidrio. Dale tiempo -decía papá-, en tanto el pájaro se resignaba a la vulnerabilidad del pico y se marchaba por un camino, supuestamente el verdadero, hacia su nido o el almendro que le servía de cobijo.
Algún día, no recuerdo cuándo ni a qué horas, papá y yo continuábamos en esa costumbre un tanto baldía cuando vimos que el pájaro en cuestión, un piquero de patas azules, se fundía en el espesor del vidrio y sus plumas se mezclaban con la perpetuidad de los espejos, mientras el ave desaparecía en lo que mi padre afirmaba era “ La Otra Orilla”. Papá no pronunció adjetivo alguno, no grito eureka, no fanfarroneó sobre su descubrimiento. Se levantó de la silla de la cual observaba todo movimiento y se alejó a su habitación. El silencio se pronunció con mayor claridad sobre el espacio y yo me acerqué al espejo con cierta excitación, pues para mí era inverosímil la peripecia del suceso, no por que negara la presencia de otras realidades, sino porque se acrecentaba en mí la duda sobre la facilidad del pájaro en ese asunto, en tanto yo no podía ni siquiera descubrirme en la corriente fragorosa de los vidrios.
Esa imagen, esa vivencia, ese peculiar experimento terminaría por marcarme de por vida. Tanto así que la relación con mi mujer se disipaba en unos fenómenos tan particulares como los que ya he referido en torno a la contemplación serena de la noche o a mi percepción particular sobre la muerte. En cuanto a lo último, mi cónyuge no soportaba algunas “manías” mías, como esa de besar con insistencia sus pies o sus tobillos, o aquella de prenderle fuego a todo lo que creía propicio para la efusión de la candela. De tal modo que en las noches, luego de la aparente muerte de la luz, acostumbraba a inmolar papeles, documentos, cartas efusivas de noviazgo, plumas, muebles, una que otra tostadora, un paraguas, las cuchillas, los afeites, la ropa interior de mi mujer. Todo, absolutamente todo, poseía su propio grado de arrojo frente a la lumbre. No existe un disfrute equiparable a la contemplación que logra establecerse cuando el clímax de las llamas alcanza el firmamento; las flamas provocadas por el papel o la madera guardan una simetría metafísica y uno alcanza a distinguir un raro balanceo como si las novias de Satán contonearan sus ardorosos cuerpos en las estructuras de la alta temperatura. Entonces era feliz -cada quien tiene su propia percepción de lo que es la placidez de esa palabra (algunos la conciben desde el asesinato, otros, por el contrario, desde la obediencia, la adhesión, la ruindad, la “bienandanza”, el sexo.)
Permanecía horas enteras contemplando la fogata provocada por la muerte de algunos elementos y veía en tal fogonazo la verdad sobre el mundo, “la realidad” de las cosas hurgadas por la fiebre de la combustión y la luminosidad de lo que perece. Así debe ser la muerte -pensaba-, como ese pájaro que es tragado por la calentura de un espejo o aquellos objetos que son “engullidos” por una realidad supuestamente adversa a la realidad de su masa o complexión.
Siempre me intrigaron esas preguntas. ¿Es posible que el fuego ejerza sobre nosotros una sensación similar a la que ejerce el agua? ¿El fuego ahoga? ¿El agua quema? ¿Qué es la muerte desde la asfixia? Recuerdo que en los ojos del piquero quedó establecida una mueca de sorpresa y sobresalto que bien puede recordarnos la mueca que permanece en el rostro de los hombres que han sido besados por el exceso de calor.
A la morgue han llegado muchos quemados, algunos con quemaduras más altas que otras. Sin embargo, su mueca es la misma, no importa que las ampollas en uno y en otro sean sustancialmente diferentes. El nivel de quemadura varía, toda vez que la piel estuvo más o menos expuesta en la boca de las llamas, pero, pese a esto, el beso es el mismo así haya durado diez segundos o una hora. Con el fuego sucede algo idéntico que con la muerte: se muere o no se muere, se quema o no se quema. De modo que “los quemados”, como son llamados groseramente en las salas de urgencias de todo centro asistencial, siempre serán eso por más que intenten justificar que sus grados de calor fueron menores que los de X o los de Y, pues pese a sus justificaciones o reclamos, saborearon, gracias a la fortuna de su piel, las mieles infranqueables de la combustión.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

WINSTON MORALES CHAVARRO Neiva-Huila, 1969. Comunicador Social y Periodista. Magíster en Estudios de la Cultura, mención Literatura Hispanoamericana, Universidad Andina Simón Bolívar, Quito. En la parte literaria ha ganado los concursos de Poesía Organización Casa de Poesía 1996; José Eustasio Rivera 1997 y 1999; Concursos Departamentales del Ministerio de Cultura 1998; Concurso Nacional de Poesía “Euclides Jaramillo Arango”, Universidad del Quindío, 2000; Segundo premio Concurso Nacional de Poesía “Ciudad de Chiquinquirá” en el 2000; Concurso Nacional de Poesía Universidad de Antioquia, en el 2001; Tercer Lugar en el Concurso Internacional Literario de Outono, de Brasil. Primer y único Premio en la IX Bienal Nacional de Novela José Eustasio Rivera. Primer Puesto en el Premio Nacional de Poesía Universidad Tecnológica de Bolívar, Cartagena, 2005. Ganador de una residencia artística del Grupo de los tres del Ministerio de Cultura, Colombia, y el Foncas, de México, con su proyecto: Paralelos de lo invisible: Chichén Itza-San Agustín. Finalista en varios concursos de poesía y cuento en Colombia, España y México. Fue Director editorial-fundador del Periódico Neiva y es co-director de la revista Índice de Literatura, miembro del Consejo editorial de la revista de literatura Puesto de Combate-Bogotá, director de la Revista Hojas Sueltas-Neiva, Corresponsal de la revista de literatura Alhucema-España Ha publicado los libros de poemas Aniquirona-Trilce Editores 1998; La Lluvia y el ángel (Coautoría)-Trilce Editores 1999; De Regreso a Schuaima, Ediciones Dauro, Granada-España 2001; Memorias de Alexander de Brucco, Editorial Universidad de Antioquia-2002; Summa poética, Altazor Editores, 2005, y la novela Dios puso una sonrisa sobre su rostro. Poemas suyos han aparecido en revistas y periódicos de Colombia, España, Venezuela, Italia, Estados Unidos, Argentina, Puerto Rico y México. Ha participado en el Primer Festival de Cultura Colombiana en Milán-Italia, celebrado en Octubre de 2000; en la V Feria Binacional del Libro en San Cristóbal-Venezuela en el 2002; en el Encuentro Internacional de Escritores en el Caribe, Playa del Carmen-México, 2002 y 2004, Encuentro Internacional de Escritores en Zamora-México, 2005, y en los Festivales Internacionales de Poesía de Medellín, Manizales y Pereira. Invitado al Festival de Poesía “Alzados en Almas” de la Casa de Poesía Silva en el 2001, al Encuentro Internacional de Escritores de Lima-Perú, 2005, y al Encuentro Nacional de Escritores, Ibagué en Flor, 2006. En la actualidad se desempeña como profesor de tiempo completo en la Universidad de Cartagena, Bolívar, Colombia.